miércoles, 20 de agosto de 2008

EL BARRIO

El barrio en la historia de la organización sociocultural urbana

Miguel Alberto Guérin
(IHA, UNLPam – CEHCAU, FADU, UBA)
El pensador frente a la complejidad
es el pensador frente a la elección
de las partes y sus todos
Wagensberg 1985, c. I, p. 15
Cuando Stephen Hawking (1942 - ) llegó a Cambridge para hacer su doctorado, debió elegir entre dos áreas posibles de investigación: las partículas elementales y la cosmología. Se decidió por la segunda porque las partículas elementales carecían de una teoría y, en consecuencia, según sus palabras, lo único que podía hacerse era "disponer las partículas en familias, como en botánica", mientras que la cosmología tenía una teoría "muy definida: la [...] de la relatividad general de Einstein" (White, Gribbin 1992, 68-69).
Esta decisión y su justificación constituyen un estimulante disparador para reflexionar, en el marco del devenir epistemológico de las ciencias, sobre el estado actual de los estudios urbanos, que incluyen los referidos de manera específica al barrio, y a los imaginarios de éste y de la ciudad.
Reflexiones de este tipo quedan habilitadas por la tendencia mayoritaria de las ciencias de la naturaleza, es decir de la materia, los astros y lo viviente, a aceptar que sólo hay tres formas fundamentales de conocimiento, el científico, el artístico y el revelado, y a afirmar que "todo conocimiento real es una superposición ponderada las tres formas" (Wagensberg 1985, 153).
1. Lo complejo: los primeros intereses del arte y la ciencia en la nueva ciudad industrial
En la historia de las ciudades y de los barrios interviene, de manera legítima y relevante, la constatación de que este tipo de máxima complejidad sociocultural resulta ininteligible si se carece de una teoría, lo que no impide que resulten comunicables a través del arte.
Cuando la complejidad creciente de la ciudad capitalista, cuyos orígenes corresponden a la urbanización de los siglos once a trece, alcanzó, con la primera revolución industrial, una cima no explicable sólo por el crecimiento cuantitativo, la literatura se anticipó a las ciencias sociales, en percibir y mostrar hasta qué punto el nuevo proceso quedaba fuera del repertorio de los discursos disponibles (Tanner 2002).
En 1835, el norteamericano Nathaniel Hawthorne (1804-1864) escribió el cuento "Wakefield", en el que evidencia que Londres, más que una ciudad grande, integra un nuevo tipo de ciudades en gestación, en las que el espacio social y también el físico están fragmentados.
La experiencia extrema de Wakefield, que consistió en desterrarse de su familia y de sus amigos durante veinte años, sin que nadie lo descubriese, con solo alquilar habitaciones en la calle siguiente a la de su casa, es presentada como paradigmática de lo que puede suceder en una ciudad en la que cada uno de sus habitantes, al recorrer sus calles, se confunde en una "gran masa", cuyas multitudes "pasan de largo sin advertirlo", y pierde su "individualidad". Para esos habitantes, la "calle siguiente" está tan lejos "como si hubiera rodado toda la noche en la diligencia"; está en "otro mundo".
Hawthorne describe las consecuencias de esta nueva situación urbana: el habitante puede conservar sus afectos y seguir involucrado en los intereses de los hombres, pero ha "perdido su respectiva influencia sobre unos y otros".
Hawthorne va más allá e indaga también las causas en una lúcida síntesis que vincula el caso y sus consecuencias a todo el sistema urbano. El individuo está perfectamente ajustado al sistema "y los sistemas unos a otros, y a un todo". Si el individuo se desajusta del sistema, puede "perder para siempre su lugar" y convertirse en "el paria del Universo".
La complejidad de esta ficción, evidencia la magnitud del impacto que la nueva ciudad producía "sobre el corazón y el intelecto" del escritor, y también su perplejidad, similar a la que otro estadounidense, Edgar Allan Poe (1809-1849), metaforizó en su cuento "El hombre de la multitud", de 1840, con la expresión "no se deja leer".
Un poco más tarde, la ciudad se transformaba en un texto de difícil lectura también para las ciencias sociales. En efecto, diez años después de la composición de "Wakefield", Friedrich Engels publicó La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), un texto fundador de la sociología urbana, en el que la magnitud y perentoriedad del problema socioeconómico del nuevo proletariado urbano, lo obligó a acotar el enfoque y a trabajar con el espacio social de la "gran ciudad", presentado como dicotómico más que como sistémico.
Para Engels, el mundo urbano está organizado en barrios, que se clasifican en dos grupos: el de los "sórdidos" o "malos", es decir los "barrios obreros", y el de los "decentes". Desde la perspectiva del pensamiento utópico, los primeros son lo que no debe seguir siendo y los segundos son un modelo a generalizar.
Estos intereses iniciales del arte y las ciencias sociales por la ciudad industrial, comparten una visión marcadamente atemporal; la ciudad es así, los estadios anteriores, si existen, no constituyen variables relevantes.
Corresponde que estos intereses sean evaluados también como intereses surgidos de la experiencia urbana, lo que en el caso del arte parece natural, pero no tanto en el caso de las ciencias sociales y menos en el de las ciencias de la naturaleza.
No hace mucho que las ciencias de la naturaleza aceptaron que, en la elaboración del conocimiento, la respuesta sucede a la pregunta, y la pregunta a una inquietud, que reconoce como origen un estímulo que llega desde el exterior, por la vía de los sentidos (Wagensberg 1989, c. 1, p. 13). También han reconocido que si bien la física clásica tendía a ocuparse de fenómenos simples, y las ciencias sociales de los complejos, en la actualidad, el abismo se ha reducido y la física se ocupa también y cada vez más, de los muy complejos (Prigogine 1997, c. 1, p. 15-16). Recuérdese incidentalmente que gran parte de los trabajos que se autodefinen como producto de las ciencias sociales, evitan sistemáticamente lo complejo y se conforman con la narración de lo simple; este trabajo no se ocupa de ellos.
Lo anteriormente expuesto intenta sugerir que la experiencia de la creciente complejidad de las ciudades ha estimulado a que artistas y científicos involucrasen sus obras en la indagación de lo complejo, estos últimos quizás no siempre provistos de los instrumentos idóneos.
La elección de Hawking, permite confrontar, en beneficio de los estudios urbanos, la actitud epistemológica de un sobresaliente heredero de la física teórica clásica, absolutamente creyente en que la certidumbre se asocia a una descripción determinista que acepta la reversibilidad del tiempo, con los aportes de físicos interesados en la complejidad y la irreversibilidad, y de manifestaciones actuales de las ciencias de la naturaleza. Ambas vertientes contribuyen a identificar las áreas de vacío teórico de los estudios urbanos, que pretendemos subrayar.
2. Lo epistemológico: el problema y la teoría
Hawking prefiere partir de una teoría para no caer en una descripción taxonómica, que por definición resulta inacabable e ingente promotora de una información que crece en proporción geométrica y cuya relevancia resulta de antemano invaluable y, por lo tanto, inocua para el conocimiento. La información descriptiva presenta una tendencia divergente de la síntesis conceptual que permite "reconocer el máximo orden oculto en todo aparente desorden" (Wagensberg 1990b, 10). Esta definición establece,, con precisión fenomenológica, una finalidad central de la ciencia.
Desde su época de estudiante, Hawking había aprendido de su admirado Karl Popper (1902-1994), la desconfianza hacia la deducción rígida, a partir de una teoría interpretada como una ley inamovible, al modo de la revolución que dio origen a la ciencia clásica de Galileo Galilei (1564-1642) o de Isacc Newton (1643-1727).
Durante la primera parte del siglo diecinueve, los científicos fueron asimilando la argumentación de Emmanuel Kant (1724-1804), según la cual las hipótesis provienen de la mente humana y no de la realidad percibida; el hombre moderno insiste en su heroico esfuerzo por imponerlas a la naturaleza, y su propósito, lejos de desalentarse, se estimula cada vez que la naturaleza las refuta.
Popper enfatizó la importancia de partir de la identificación del "problema", de la pregunta, y no de una observación, para proponer de inmediato una "solución" (o hipótesis o teoría) tentativa y precaria, destinada a ser contrastada empíricamente, con el objetivo de arribar no a una "verdad" articulable con la ley general, sino de alcanzar una nueva, y también tentativa, solución. Se trata de un círculo virtuoso en que cada punto de llegada es también un punto de partida.
La identificación del problema es el momento central de toda metodología científica. La observación presupone un caso específico y por definición discreto, que el científico intenta vincular de una manera no establecida ni precisada con la teoría general. Esta situación inicial concede al científico más libertad de la que podría presuponerse, ya que la vinculación entre un caso y la teoría no compromete necesariamente ni desde el comienzo, los otros casos.
La relación entre la pregunta y la teoría, facilita la suma de esfuerzos para dar continuidad al estudio de ciertos problemas centrales, es decir, antepone la ciencia a la fugacidad del científico, y facilita la formulación de las preguntas y la articulación de diferentes problemas.
La teoría es, entonces, un instrumento metodológico del investigador, posiblemente el más estimulante. Cuando el discurso científico hegemónico tiende a convertirla una ley, los más consensuados preceptos de la invención científica recomiendan tratar de encontrar sus fisuras para sustituir por otra que conserve su capacidad de estímulo para la investigación.
Hawking, que es singularmente explícito en la exposición de sus procesos mentales, describe cómo, a partir de la definición del problema, del enunciado de la pregunta, y del no sometimiento incondicional a la teoría general, se establece una continua relación dialéctica con las hipótesis, en la que la serendipia, la capacidad de hacer funcionales los descubrimientos casuales, alcanza singular importancia: "A veces hago una conjetura y luego intento demostrarla. Muchas veces, en el intento de demostrarla, hallo un contraejemplo, y entonces tengo que cambiar mi conjetura" (White, Gribbin 1992, 111).
En estas condiciones, el científico social que aborda la complejidad, a menudo extrema, como la implicada en "ciudad" o "nación", suele incurrir en imprecisiones al momento de formular sus preguntas, debido a la carencia de un lenguaje destinado a reducir la polisemia, o a la insuficiente discusión crítica derivada de la frecuente imposibilidad de constrastación empírica de las hipótesis.
El riesgo es aún mayor, y más frustrantes los resultados, cuando se trata de proponer una solución hipotética al problema. A menudo la descripción o la narración se arrogan la autosuficiencia y se habilitan para omitir la teoría; y en otros se recurre a una teoría general, elegida más por su prestigio que por su funcionalidad, lo que facilita la manipulación de la teoría a fin de mostrar una coherencia inexistente.
Tres aspectos incidentales resultan pertinentes, porque su evidencia puede quedar oculta tras el desorden de formulaciones que se autoarrogan la denominación de investigaciones científicas, en la certeza de que así se proyectan a jerarquías superiores y no, como sucede en realidad, a actitudes diferentes.
En primer lugar, existen tratados de investigación, de generalizada difusión, que insisten en denominarse de investigación científica, aunque están destinados a los desarrollos tecnológicos. De una manera legítima para su verdadera finalidad, desatienden la teoría y las hipótesis en función de un realismo ingenuo, que se sabe respaldado por la técnica del ensayo y del error, cuya eficacia en la producción tecnológica ha quedado demostrada desde el paleolítico. Pero la ciencia es algo muy posterior y trata de solucionar problemas en los que la noción del todo ocupa una dimensión central.
Además, en los escritos académicos que aspiran con legitimidad a ser científicos, se acepta, porque así lo establece y enseña el discurso institucional, la triple división en teoría, exposición de casos y "conclusiones", que, en vez de partes de un todo, solo constituyen elementos yuxtapuestos.
Finalmente, las actuales políticas institucionales que asimilan la investigación científica a la producción de antecedentes curriculares poco evaluados por su aporte a problemas científicos de entidad reconocida.
3. Lo metodológico: el camino hacia lo complejo
En la metodología está implícita la elección del problema y de la teoría, de las que surge la formulación de las hipótesis.
Cuando se indagan sistemas de alta complejidad, como las diversas dimensiones de lo urbano, la dificultad se acrecienta si se parte de enunciar el problema en términos de complejidades como barrio, imaginario, ciudad o vida urbana. La investigación de la complejidad es, ante todo, el del estudio de la interacción entre elementos que permite definirlos como partes de un todo complejo (Wagensberg 1985, c. I, p. 15;). El ilimitado repertorio de definiciones del barrio reconoce como origen el problema metodológico de considerarlo la categoría máxima de la investigación en curso.
Antes que toda otra cosa, el barrio es una parte interactiva de la ciudad. La definición de las calidades de esa interacción acota el repertorio de sus definiciones y estimula la riqueza del análisis. Considerarlo, por ejemplo, una expresión arquitectónica, o una entidad opuesta al centro o a las zonas degradadas, o un indicador de "segregación" sólo enfatiza los diferentes significados derivados con que toda palabra puede usarse, lo que, respecto del tema, ha sido definido, de manera extensa, como una forma de polisemia (Gravano 1995b, 260-261).
La lengua, como dimensión central de la cultura, constituye un camino idóneo para la indagación histórica de la interacción entre barrio y ciudad, siempre que no se confíe en que las definiciones de un diccionario de uso revelan los cambios culturales que toda evolución semántica documenta (Guérin 2004).
Utilizar los modelos conceptuales primarios, contenidos en la lengua y trasmitidos por ella, con que cada cultura inviste de sentidos el mundo sensible, conlleva la vehiculización inconsciente de los discursos de la cultura. Toda forma de modelización secundaria del mundo -ciencia, arte, conocimiento revelado- sólo puede hacerse a partir de la cambiante sustancia de la modelización primaria. (Huber, Guérin 1999, 347-348).
4. La complejidad de lo urbano
Durante el ultimo tercio del siglo pasado, cobraron importancia científica dos afirmaciones antropológicas de alta relevancia para indagar la complejidad de la ciudad. La primera define, de manera aparentemente paradójica para el estado del discurso hegemónico tradicional, a los cazadores recolectores del paleolítico como una sociedad opulenta, es decir una organización socioeconómica que satisface "con facilidad todas las necesidades materiales de sus componentes" (Sahlins 1977, 13 y siguientes). La segunda explica la revolución neolítica valorando más la estabilidad de la vivienda que la productividad del trabajo (Braidwood, Willey 1962).
La modalidad doméstica de producción propia del paleolítico, basada sólo en la división sexual del trabajo, privilegió la libertad de desplazamientos, que llevaba a desatender la conservación del utillaje, rehecho ante cada necesidad de uso, y a no valorar la perdurabilidad de sus albergues estacionales. Las técnicas culturales para la satisfacción de necesidades fueron de ejecución en gran parte individual, y operaron, debido al muy moderado volumen de necesidades, como si los abundantes recursos fuesen inagotables, lo que resultó cierto para ese estadio.
La domesticación animal reconoce orígenes anteriores al neolítico y durante mucho tiempo el consumo de cereales silvestres acompañó la alimentación basada en cereales domesticados. Lo inédito es la cerámica, es decir que la evolución de la tecnología, enormemente lenta durante el paleolítico, se aceleró de manera extraordinaria en el período que denominamos neolítico. Esto explica un incremento cualitativo de las necesidades debido a la complejidad creciente de los procesos de simbolización que toda creación tecnológica implica. La obtención para el uso daba lugar a la producción para el intercambio.
Surgieron necesidades distintas de las derivadas de la biología animal que se gestaron en el desarrollo de la vida social, acompañado por el desarrollo de las lenguas, que sufrieron una evolución que debe entenderse como paralela y de retroalimentación. La vida social estimuló la complejidad cultural, y la lengua articulada y compleja creó el pasado, el futuro, la conciencia individual y la colectiva, y, por lo tanto el enemigo; permitió, en síntesis, operar en ausencia sobre el universo humano y sobre la Gaia que lo incluye.
Este contexto no parece ajeno a las crecientes evidencias de que el Homo sapiens, aparecido en el África hace más de cien mil años ocupó Europa en victoriosa competencia con poblaciones preexistentes.
La entropía general del universo, a la que quizás acompaña también la entropía de la vida sobre la tierra, oculta bajo el sucesivo nacer, evolucionar y desparecer de las especies, vio culminar el nacimiento de un desequilibrio hasta entonces inédito en el planeta: el surgimiento de organizaciones socioculturales creadoras de necesidades distintas de las biológicas, que incluyen la preservación de los territorios de abastecimiento. Frente a la opulencia de las sociedades paleolíticas, estas organizaciones instalaron el sentimiento colectivo de indigencia y la confianza, hasta el presente ilimitada, en que la indigencia resultaría superable por el desarrollo de nuevas tecnologías de complejidad creciente, en retroalimentación con técnicas también cada vez más complejas.
El agrupamiento de residencias estacionales derivó entonces en aldeas, y más tarde en villae, en ciudades, que a su vez dieron lugar a aldeas satélites, que fueron llamadas bici en por los latinos del fin de la república y los españoles arabizados de la península bautizaron "barrios", y luego las redes urbanas, y las metrópolis, las megalópolis, es decir en entidades urbanas que tienden a convertirse en el hábitat exclusivo del hombre.
Esta enumeración caótica no tiene otro propósito que comunicar la aceleración creciente del proceso iniciado en el neolítico. La Ilíada y la Odisea terminaron de organizarse cuatro mil años después de que, en algunas partes muy aisladas de la península helénica se construyesen las primeras hoces de sílex y las primeras vasijas de cerámica. Allí mismo el paleolítico superior había finalizado hacía más de quince mil años y los asentamientos estacionales del paleolítico medio llevaban más de trescientos mil años.
Una incidencia mayor, desconocida hasta hace muy poco y derivada de la creación de necesidades satisfechas mediante creaciones tecnológicas, consistió en la aparición de las tecnologías de la palabra: la escritura primero, la imprenta después y la computación actualmente, que permitieron y aceleraron una reestructura de la conciencia, mediante la creación y complejización de un lenguaje autónomo, libre de contextos. (Ong 1987, capítulo IV). Todo reconoce el mismo origen, la ciudad, ya que "La urbanización proporcionó el incentivo para crear un método de registro" (Ong 1987, capítulo IV, 88).
Una visión sistémica, adecuada al nivel de complejidad de lo urbano, requiere tener en cuenta el proceso de individuación de la ciudad respecto de la Gaia, que culmina cuando el agrupamiento humano localizado desarrolla un perdurable desequilibrio con el resto.
La ciudad consiste entonces en una organización sociocultural de crecientes demandas de energía, muy superiores, desde el primer momento, a las de los cazadores recolectores o las de cualquier otro mamífero. Esta energía está destinada a ser procesada para cumplir con la satisfacción de las necesidades que el propio mundo urbano crea, y tiene dos resultados intervinculados. El primero es la creciente creación de tecnologías y técnicas que, con su también creciente capacidad de obtención de energía, contribuyen a mantener e incrementar el desequilibrio entre la ciudad y la Gaia. El segundo es un extraordinario crecimiento demográfico, también superior al de cualquier otro mamífero, que, según los biólogos, se ha producido a expensas de otros organismos animales y vegetales (Margulis, Sagan 1995, 21).
La así llamada desurbanización de la alta Edad Media, se acompañó de un proceso de difusión tecnológica inédito en el mundo grecolatino. Desde el siglo sexto al undécimo la productividad agrícola se incrementó sustancialmente con el uso cada vez más generalizado del molino de agua, el arado pesado, la rotación agraria trienal, la herradura, la collera y la forma de enganche de los animales de tiro. Toda esta tecnología provino de ciudades no europeas y permitió el surgimiento de la urbanización iniciada en el siglo once (Cipolla 2003, capítulo 6, p. 174-175).
La individuación de la ciudad respecto del medio, su grado de cohesión interna, le garantiza el desequilibrio y también la convierte en un sistema autoorganizado. Para la ciudad, la interacción con la Gaia es fluctuante, pero siempre positiva ya que recibe más de lo que entrega. Cuando deja de ser así, y esto, aunque postergable, resulta inevitable, se sume en la entropía.
El concepto de autoorganización implica el de diversidad, es decir que el desequilibrio es la resultante de interacciones internas al mundo urbano, entre partes de marcado desequilibrio y partes de cierta entropía. Las primeras, escasas en los primeros tiempos de la urbanización y predominantes en las megalópolis de la actualidad, crean la cultura productiva, es decir que crean tecnología en función de resistirse a la entropía de la especie. Las partes entrópicas constituyen la cultura reproductiva, exitosa, por ejemplo, en las formas de la lengua, pero no en la perduración de los significados; resistente al cambio tecnológico y temerosa de la cultura productiva.
Desde el comienzo, los textos producidos en y por la ciudad -en los estudios de las organizaciones socioculturales complejas, resulta funcional dejar de lado la idea del autor individual- refieren mucho más a lo que la ciudad debería ser que a lo que en la vivencia es.
De este modo, la construcción de la utopía es una constante urbana, que incluye desde utopías retrospectivas, ejemplificable en el paraíso perdido y eventualmente recuperable, hasta el conjunto de las utopías modernas, esencialmente prospectivas, iniciadas con el texto de Moro y que continúan hasta el presente, bajo formas insospechadas, como los proyectos de la planificación urbana, de general aceptación en tanto no se duda de que el orden urbano, como en la visión del universo, es anterior y mejor al desorden subsiguiente.
5. El barrio: la interacción de las partes de un todo complejo
Según ha quedado sugerido, el barrio es una parte del todo complejo que la ciudad es, de ese sistema sociocultural autoorganizado, en desequilibrio positivo con la Gaia.
Pero el barrio manifiesta un desequilibrio inferior al desequilibrio sociocultural medio de la ciudad. En él, es mayor la incidencia de la cultura reproductiva, por lo que también es más fuerte su vinculación con ese producto urbano que llamamos el imaginario del pasado. Esto en modo alguno significa que el barrio esté en el pasado; aún los de mayor apariencia de degradación están lejos de la entropía; solo la entropía del todo implica la entropía de las partes.
El barrio deviene en interacción con las otras partes de la ciudad; cada una de ellas, como las que suelen denominarse "centro" o "casa", se individualiza por un estado de desequilibrio propio. En el devenir sociocultural de gente cercana, la aleatoriedad de las interacciones interpersonales se hace más intensa y frecuente, y por lo tanto más fuerte el imaginario de una historia común, con un origen precisable.
De esta situación se derivan dos consecuencias sustanciales. En primer lugar la deslocalización del barrio. El conjunto de gente que ha vivido cerca desde los primeros recuerdos, desde las primeras construcciones del yo, permite al barrio superar lo local; al "nacido en", ninguna situación de traslado lo desvincula del origen; nadie se ha ido de su barrio aunque ya no esté físicamente en él.
Además, la contención del barrio. La utopía retrospectiva es generalizada y fortísima, no hay cambio físico o demográfico que la altere. En este sentido el barrio actúa como un remanso, como un alivio frente a las utopías prospectivas que dominan en imaginario de la ciudad, donde sólo el futuro cuenta, donde la creación tecnológica somete a una continua insatisfacción sin alivio en el presente. La contención del barrio actúa de manera deslocalizada, su utopía retrospectiva es mental, es imaginaria, alivia el presente aunque se esté lejos de él: "yo, donde vivía, era todo tranquilo, todo familiar" (Antón, Tomarcchio 1995, 52).
6. La justificación de la teoría
Como instrumento para la investigación sociocultural, esta teoría permite vincular los problemas urbanos abordados por las ciencias sociales, con los aportes epistemológicos de las ciencias de la naturaleza; también resulta utilizable por las otras dos formas de conocimiento: el artístico y el revelado en tanto presenta un sistema autorregulado, en relación de partes a todo, que compromete la Gaia, el devenir humano, la ciudad y sus partes, como puede ser el barrio.
Pero su explicación última requiere que se conteste a la pregunta sobre la razón que motiva la compulsiva y creciente creación de tecnología. Nuevas necesidades, de creación sociocultural, requieren más tecnología, pero ¿para qué?
La respuesta no surge de lo individual sino de lo sistémico. El hombre, los individuos, en efecto más padecen que disfrutan la creación tecnológica. Los requerimientos de trabajo son cada vez mayores, el bienestar prometido se evidencia como inalcanzable y cada vez más lejano, y la necesidad de los remansos parece crecer.
La biología (Margulis, Sagan 1995) y la física contemporáneas (Tipler 1996) han enunciado una solución sistémica que seduce y respecto de la cual la evolución tecnológica de la segunda mitad del siglo pasado parece dar pruebas ciertas. La vida, surgida en el planeta hace cuatro mil millones de años, por causas entre las que no se omite la colonización bacteriana extraplanetaria, responsable del oxígeno atmosférico y del agua, consiste en un permanente proceso de colonización destinado a alcanzar un punto denominado omega, en el que la vida coincidiría con el espacio cósmico.
Esta explicación tiene la ventaja, ya funcionalizada de desplazar el antropocentrismo de la ciencia. El hombre tiende a no ser pensado como la creación máxima y por lo tanto privilegiada de un dios genético, sino como una compleja y frágil parte de la Gaia, cuyo única misión es la creación tecnológica, una de cuyos objetivos más predecibles y peligrosos para la especie es el logro de la inteligencia artificial.
En palabras de los biólogos, "Se trata de un fenómeno no humano, a pesar de que haya mediado en él la especie humana, y su aplicación consiste en expandir la influencia de la vida en la Tierra, no únicamente de la humanidad" (Margulis, Sagan 1995, 21).

Bibliografía
Braidwood, Robert J. & Willey, Gordon R. ed. 1962. Courses toward urban life. Edinburgh : UP.
Cipolla, Carlo M. 2003. Historia económica de Europa [19772]. Traducción: E. Benítez y M. J. Furió. Barcelona : Crítica.
Engels, Federico. 1845. La situación de la clase obrera en Inglaterra [Leipzig, 1845], www.marxists.org/espanol/m-e
García, Guillermo. s.f. "Arlt y las ciudades", www.bibliotecaunlz.com
Giordano, Liliana y D'Angeli, Liliana, ed. 1999. El habitar, una orientación para la investigación proyectual. Buenos Aires : Universidad de Buenos Aires y Universidad Autónoma Metropolitana.
Gravano, Ariel, comp. 1995a. Miradas urbanas, visiones barriales. Diez estudios de antropología urbana sobre cuestiones barriales en regiones metropolitanas y ciudades intermedias. Montevideo : Norman comunidad.
Gravano, Ariel. 1995b. "Hacia un marco teórico sobre el barrio: principales contextos de formulación", Gravano 1995a, 255-286.
Hawthorne, Nathaniel. s. f. "Wakefield" [1835], www.ciudadseva.com
Huber, Elena y Guérin, Miguel Alberto. 1999. "Los cambios en las dimensiones semánticas de habitar", Giordano, D'Angeli 1999, 347-353.
Margulis, Lynn y Sagan, Dorion. 19952. Microcosmos. Cuatro mil millones de años de evolución desde nuestros ancestros microbianos. Presentación: Lewis Thomas. Epílogo: Ricard Guerrero. Traducción: M. Piqueras. Barcelona : Libros para pensar la ciencia, Metatemas 39.
Omnès, Roland. 2000. Filosofía de la ciencia contemporánea [1994]. Traducción: A. Mas. Barcelona : Idea, Colección Idea Universitaria-Filosofía.
Ong, Walter J. 1987. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra [1982]. Tr. A. Scherp. México : Fondo de Cultura Económica.
Payne, Michael, dir. 2002. Diccionario de teoría crítica y estudios culturales [1996]. Buenos Aires - Barcelona - México : Paidós.
Poe, Edgar Allan. s.f. "El hombre de la multitud" [1840], www.poe.netfirms.com
Prigogine, Ilya. 1997. Las leyes del caos [1993]. Traducción: J. Vivanco. Revisión J. García Sanz. Barcelona : Crítica - Grijalbo Mondadori.
Sahlins, Marshall. 19832. Economía de la edad de piedra [1974]. Traducción: E. Muñiz y E. R. Fondevila. Madrid : Akal.
Tipler, Frank J. 1996. La física de la inmortalidad. Cosmología contemporánea: Dios y la resurrección de los muertos [1994]. Traducción: D. Manzanares Fourcade. Madrid : Alianza.
Tanner, Tony. 2002. "ciudad", Payne 2002, 85-87.
Wagensberg, Jorge, ed. 1990a. Sobre la imaginación científica. Barcelona : Tusquets, Metatemas 22.
Wagensberg, Jorge. 19892. Ideas sobre la complejidad del mundo. Barcelona : Tusquets, Superínfimos 3.
Wagensberg, Jorge. 1990b. "La ciencia, esa ficción de la realidad", Wagensber 1990a, 7-13.
White, Michael, Gribbin, John. 1992. Stephen Hawking. Una vida para la ciencia. Traducción: D. Santos. Buenos Aires : Atlántida.


Guérin, Miguel Alberto. 2004. “El barrio en la historia de la organización sociocultural urbana”, en Guérin, Miguel Alberto, Cantera, Carmen Susana y Vermeulen, Silvia Teresa. 2004b, eds. Construir en la asimilación y la resistencia. La cultura urbana de Américca Latina. (Santa Rosa, Instituto de Historia Americana, Cd. [ISBN 950-863-057-4]).